martes, 16 de diciembre de 2014

Vivir solo cuesta vida por Patricia Gorocito


Vivir en la ciudad es siempre vivir en apuros. ¿Cómo responder a la violencia de las ciudades?
Para el hombre tal como es, encontrar el universo con el rostro descubierto, es morir.Para encontrar el universo y seguir vivo,tiene que ponerse una máscara, una máscara de oxígeno…                                           
Y.Mishima
Las grandes ciudades no fueron ni serán nunca confortables. Sometidas están desde el comienzo de la revolución industrial y el emergente capitalismo del siglo XIX a la velocidad y a la supresión del tiempo subjetivo.
El imperativo del vértigo y la violencia sostienen todos los momentos de la vida. La violencia es desmedida siempre porque el tiempo de la urbe es la velocidad y el tiempo del sujeto es un tiempo de espera. El feroz mandato de la velocidad provoca una existencia siempre en falta con ese ideal de lo vertiginoso.
Existencialmente es necesario detenerse, incluso detenerse en el presente para que advenga un futuro verdadero.
Al acostumbrarnos a lo vertiginoso transitamos a su ritmo ¿Pero qué sucede cuando inesperadamente, sólo por un instante no logramos calibrar nuestros movimientos con los de la ciudad? De pronto surge una experiencia insólita que hace que nuestras coordenadas simbólicas, que hasta ese momento eran útiles para manejarnos en el mundo, dejan de serlo y nos sentimos desamparados en un lugar donde el Otro dejó de existir. Lo familiar entonces se vuelve extraño y así puede llegar a surgir la experiencia traumática.
Freud estudió y desarrolló el concepto de “unheimlich” en su artículo Lo ominoso, de 1919.
A partir de El hombre de arena de E. Hoffmann, Freud analiza el término que resulta ser una palabra que logra nombrar dos estados completamente diferentes y contrarios, familiar y extraño a la vez.
Podemos aplicar este término cuando sucede a un sujeto un accidente que puede ser una catástrofe social, natural, subjetiva o todo a la vez. Desde un accidente en la ruta a un terremoto, una violación, un secuestro o un robo.
Algo inesperado y lamentable nos ocurre. Lo siniestro entonces no es lo meramente extraño o sólo lo que nos angustia sino lo que nos sucede frente al hecho; un sentimiento de extrañeza y horror en un ámbito cotidiano, familiar, íntimo. Y siguiendo a Freud en el instante de la catástrofe nos encontramos con el tiempo de la repetición, tan bien analizado por Freud en las neurosis de guerra.
Volviendo a la ciudad, sabemos que siempre habita el azar, la pura contingencia y en el sujeto lo azaroso, la confrontación con lo real.
Vivir en la ciudad es siempre vivir en apuros. ¿Cómo responder a la violencia de las ciudades?
No hay recetas ni tampoco prevención frente a la contingencia. De eso se trata el psicoanálisis, de inventar cada vez una respuesta y muchas veces inventarnos a nosotros mismos para corrernos de ese lugar tan fácil que ofrecen las asociaciones de víctimas, lugares cómodos que prometen bienestar como todos los lugares a los que accedemos por identificación. Nos sentimos acompañados formando parte de dichas asociaciones, tal vez por un tiempo, pero corremos el riesgo de perder nuestra más preciosa singularidad al aliviarnos sólo por la coincidencia con otras personas que les ha sucedido lo mismo.
Como psicoanalistas sabemos que frente a una situación traumática cada sujeto reacciona desde su fantasma, su novela familiar, en fin desde su más propia originalidad. Es decir que cada quién responde a la experiencia de lo siniestro de manera única y singular. Con su historia y su estructura. La respuesta es una sorpresa para el sujeto y también para el analista. 
La ética del psicoanálisis se sostiene en esta búsqueda de un saber hacer ahí frente a lo siniestro y ese saber está en cada analizante.
Nuestra ciudad puede transformarse en un campo de batalla donde los ciudadanos indefensos sólo tenemos nuestro cuerpo como coraza frente a la violencia que viene de afuera y de adentro. El vértigo llama desde la ciudad y desde la pulsión; es decir desde afuera y también desde adentro. Es entonces momento de pensar el concepto extimidad, neologismo creado por Lacan. Dicha palabra se encuentra en El Seminario 7 de la Ética del Psicoanálisis (1960) y luego desarrollada como concepto por Jacques Alain Miller en su curso “La extimidad” (1985) para referirse a un sujeto des localizado, que encuentra su intimidad muy lejos de sí. Cómo vemos este término no puede explicarse desde la lógica convencional. Necesitamos de la topología para hablar de un adentro y afuera a la vez.
De nuevo un oxímoron, dos contrarios que se unen en un mismo concepto. El imperativo de goce feroz del sistema que nos invita al más allá del principio del placer y el imperativo de goce de la pulsión que siempre es de muerte.
Jacques Alain Miller deja claro que somos sujetos extraños en lo más íntimo y cercanos en lo más lejano, siempre confrontados a la contingencia. ¿Y cómo respondemos frente a esa situación que nos pierde de nosotros mismos y sin la brújula del Otro?
Dice Jacques Alain Miller en su curso “El Otro que no existe y sus comités de ética” (1996-1997) que los sujetos preparados para la eventualidad son los que mejor pueden habitar esta época de vértigo y sorpresas llamada por algunos posmodernidad y por otros hipermodernidad.
Es interesante pensar cuando vivimos una situación traumática en la perspectiva de Freud y luego de Lacan. Se juega por un lado la repetición, por algunos llamada destino, y por el otro la invención.
El bien decir del analista y del analizante, la responsabilidad de inventarse cada vez del sujeto será la clave para tramitar el trauma.
Ésta es la ética de la última enseñanza de Lacan.
Concluyo con un párrafo de Jorge Forbes de su libro Psicanálise a clínica do Real (editora Manole, 2014) donde define de manera clara el abordaje del trauma a partir del dispositivo mencionado: “…Invención y Responsabilidad (I. R.) es el momento de la clínica actual, la persona inventa una respuesta para lo que no sabe, y, enseguida se responsabiliza por ello. I.R. es la respuesta necesaria a un mundo pos-edípico, pos-significación vertical, pos-moderno, globalizado. Ésta es la segunda clínica de Lacan o clínica de lo real, aludiendo al sin sentido.”
Hay una casuística importante en su libro anterior (°) de los casos que se siguen en la Clínica Genoma Humano de Universidad de Sao Paulo que realiza junto a la Dra. Mayana Zatz y el equipo de los psicoanalistas de IPLA.
En dicha experiencia se puede seguir cada caso y evaluar los efectos de los tratamientos de pacientes que llegan a dicha institución con patologías neurológicas graves. Cuando los pacientes se enterar del diagnóstico se encuentran con una situación muy traumática para ellos y sus familias.
En estos casos Jorge Forbes, la Dra. Mayana Zatz y equipo tienen un abordaje que ilustra adecuadamente, desde la experiencia, la clínica de la segunda enseñanza de Lacan y sus resultados frente al trauma.
Sería interesante difundir dicha experiencia para trabajar situaciones traumáticas de distinta índole.
De hecho en Buenos Aires, desde la Facultad de Psicología (UBA) – Cátedra de Psicología, Ética y Derechos Humanos intentamos hacer un trabajo conjunto con dicho equipo.
Esperamos seguir nuestros intercambios académicos a partir de dicha experiencia.
Patricia Gorocito é psicanalista e professora da Faculdade de Psicologia da Universidade de Buenos Aires, Argentina. 
(°) letra de la canción Ropa Sucia de Los Redonditos de Ricota

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